“La Armada es una forma de vida y nuestra esencia es servir”
El Suboficial Principal Carlos Alberto Villegas tiene 49 años, 28 los ha vivido incorporado a la Armada Argentina como radarista. Dejó su campo añorado en General Pico por una carrera profesional en el mar. Este año, es el Suboficial de Unidad del destructor ARA “Sarandí”.
Puerto Belgrano – El Suboficial Principal Carlos Alberto Villegas tiene 49 años, 28 de los cuales los ha vivido en la Armada Argentina como radarista. Dejó su campo añorado en General Pico por una carrera profesional en el mar que, siente, le estaba predestinada en su vida. Este año, fue destinado como Suboficial de Unidad del destructor ARA “Sarandí”, Encargado del bienestar general de sus casi 200 tripulantes.
El marino pampeano contó que fue la imagen de su tío Héctor a bordo del crucero ARA “General Belgrano” y el relato vívido de la comisión que integró cuando la nave fue incorporada a la Flota de Mar, quien lo acercó a la Armada Argentina: “Tengo ese recuerdo muy presente, aunque era chico”, introdujo.
Cuando finalizó el secundario en la ENET Nº 1 de General Pico con el título de Técnico Mecánico, el destino hizo que Carlos Villegas cumpliera con el Servicio Militar en el Ejército Argentino. Cuando regresó a La Pampa comenzó a trabajar en una rectificadora donde armaba motores, pero la idea de ingresar a la Armada le rondaba siempre en la cabeza.
“Me convencí que no perdía nada si lo intentaba, el camino que elegís a esa edad determina lo que vas a ser en el futuro, así que me dije ‘voy a probar’ y fui a Buenos Aires. Necesitaba conocer otros lugares y viajar, por el mismo ímpetu de la juventud. Y cada vez estoy más convencido de que la vida tiene un destino para cada uno”, relató el marino de General Pico.
Así, a los 20 años, en febrero de 1994 ingresó a la Armada, egresando como Cabo Primero Electrónico de especialidad radarista, cuya denominación actual es Mecánico en Sistemas. El cambio y la adaptación a la vida naval no le resultó difícil: “No me costó tanto, quería ser militar; era un chico sano, deportista y no me costaba el entrenamiento”, por lo que hizo como fondista (corredor de fondo) en el Pico Futbol Club.
Recordó la gran alegría de sus padres cuando ingresó a la Fuerza, aunque no lo imaginaban. “Vengo del campo y de una generación de agricultores, pero estaban muy contentos”, aseguró. Igual de alegres estaban sus hermanos, Víctor y Fernando.
Un pampeano en el mar
Su primer pase fue a la Base Aeronaval Comandante Espora donde trabajó con los radares de aeronaves como el Super Etendard y el Tracker; luego le dieron pase al destructor ARA “Santísima Trinidad” y, más tarde, al transporte ARA “Bahía San Blas”.
Allí estuvo 3 años y hoy lo considera el mejor destino de su carrera: “Navegamos mucho y me gustó conocer puertos argentinos y extranjeros, y todo el sur del país”. En esos años participó de ejercicios navales tales como el Yamana y el Anaconda.
“En el buque fui el electrónico a bordo, todo pasa por tus manos –explica–. Trabajaba con una función técnica definida desde equipos de radar hasta la sonda ecoica. En el mar, cuando se rompe algo, uno se da cuenta de su preparación, de lo que está hecho; por eso es bueno que esto pase porque es un desafío y aprendés más”, rescató.
Entre los destinos de su carrera, pasó también por el Taller de Electrónica del Arsenal Naval Puerto Belgrano y tuvo la oportunidad de anotarse y calificar para realizar dos capacitaciones que cambiarían el rumbo de su vida naval: una especialidad en equipos de electro-medicina y otro curso de nivel técnico sobre protección radiológica y peligros nucleares en la Comisión Nacional de Energía Atómica, en el Centro Atómico Ezeiza.
En esa época, Carlos contó que había comenzado a estudiar Ingeniería Eléctrica, por lo que rindió sin problemas el ingreso a los cursos. Y no dudó en seguir capacitándose en el área de tecnología médica para la Armada, como una oportunidad de crecimiento profesional y de conocimiento personal.
Tales cursos llevaron al Suboficial Villegas de los buques a las salas médicas, a cubrir puestos de trabajo en el Hospital Naval Pedro Mallo en Buenos Aires y el Hospital Naval Puerto Belgrano, en el cargo de electromedicina.
“Confieso que me encanta estudiar; y el mundo nuclear y sus equipos, es fascinante. En los cursos conocí gente fantástica. Con mis compañeros de trabajo desarmábamos los bisturíes electrónicos, los desfibriladores, para saber cómo funcionaban. Durante mi carrera, en varias oportunidades, nos pidieron innovar; recuerdo la vez que construimos una alarma de sentina para uno de los buques con una electrónica asociada. Fue un trabajo realmente artesanal que no patentamos”, sonrió al recordar la anécdota.
Luego de su paso por los hospitales continuó su carrera en la Delegación Naval Bahía Blanca donde tuvo la oportunidad de visitar colegios de esa ciudad y también de La Pampa, llevando la propuesta académica de la Armada a las aulas y los más jóvenes.
Siguió navegando en la corbeta ARA “Parker” como Suboficial del Cargo Electrónica y Suboficial de Unidad interino; y a bordo de la corbeta ARA “Robinson”, como encargado de radar, hasta llegar a su actual destino en el destructor ARA “Sarandí”.
En el “Sarandí”, como Suboficial de Unidad, por primera vez tiene la responsabilidad de ser el Encargado del bienestar de la gente a bordo. Su función es la de colaborar con el Segundo Comandante del destructor y la de administrar el personal. “Me preocupo que todo el personal haga sus tareas, y que estén dadas las condiciones para que puedan realizarla. En un buque, hay gente de todas las provincias con diferentes idiosincrasias y formas de pensar, y uno, como Encargado, debe aunar esas voluntades para un propósito en común”, reveló.
Navegar es lo que más le gusta a Carlos Alberto y ya lleva 28 años en la Armada Argentina haciéndolo: “La Armada es una forma de vida y nuestra esencia es servir. Acá dejé mi juventud, pero con mucho gusto, y con mucho amor. Para mí, esto no es un trabajo; soy feliz con lo que hago y lo que tengo, no busco fortuna y lo material no es lo más importante. La Patria es un compromiso, de corazón, y la Armada para mí, es amor por la Patria”, enfatizó el pampeano.
Como un sueño por cumplir, le resta navegar en el continente antártico: “Me encantaría, aún está pendiente, debe ser lindo conocer el hielo eterno”, describió. Hoy Carlos vive en Bahía Blanca, a pocos kilómetros de la Base Naval Puerto Belgrano donde tiene apostadero el destructor en el que está destinado; vive con su hija Rebeca, de 23 años, quien estudia Informática en la Universidad Tecnológica Nacional.
A su ciudad natal sigue viajando, a ver a su mamá, hermanos, sobrinas y amigos. Vivió en el barrio Costa Brava y cursó en la Escuela Primaria Nº 66, cerca de su casa. Lo que más extraña de allá es el asado y el campo: “El perfume del campo, la tranquilidad, no es como acá, allá el aire es más puro, el color es más verde y eso se extraña… lo más seguro es que cuando me retire vuelva”, dijo emocionado.
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